Bună ziua, queridos lectores
Me faltó decir que Rumania también
colinda con Ucrania. Aquí en Europa los países son tantos y tan chiquitos que
es fácil, para nosotros los mexicanos tan acostumbrados a las tierras bastas y
extendidas –por no decir que soy geográficamente ignorante, jeje-, cometer
errores de este tipo.
Primero, porque algunos lo
pidieron, les voy a contar sobre las andanzas del paladar raquidio por las
tierras rumanas. La cocina rumana se podría resumir en unas cuantas palabras:
carne, papas, pan, ajo, vinagre y aceite. La globalización ha querido abarcar
también el ámbito culinario y ha puesto al alcance del mundo casi todos los
alimentos, pero lo cierto es que el sabor no es el mismo. Las sorpresas han
sido varias, por ejemplo, están los betabeles curtidos en vinagre, los pepinos
en vinagre, los pimientos al vinagre y los chiles en vinagre. Ustedes podrán
decir que esas cosas también las tenemos en Guadalajara o en México y yo les
digo PUES NO. Aquí el vinagre es más avinagrado, los pepinos son hasta de otra
forma, los pimientos están medios desabridos y los chiles, nomás pican y no
saben a nada. Eso sí, las papas son más sabrosas y se cocinan de muchos modos:
en puré, fritas, guisaditas con tocino y cebolla, con paprika, con quesito,
cocidas, al horno… Podrían volver a decir que en Guadalajara también las
tenemos, PUES NO. Estas personas sí que son ingeniosas a la hora de cocinar sus
papas. En la parte aceitosa de la comida rumana encontramos que todas las
ensaladas vienen remojadas en una generosa mezcolanza de vinagre con aceite,
todas las carnes están prácticamente fritas, el arroz reluce de aceitoso, lo
mismo que los quesos, salchichas, salchichones y jamones. Las salsas en los
restaurantes son de ajo con ajo y algún ingrediente más, supongo que para darle
color a las salsas, porque el sabor del ajo no se suaviza fácilmente. El camarada
Marco estaría muy contento aquí en la tierra del ajo, ajajajaja. En cuanto al
pan, tienen uno que sabe casi a birote fleiman. ¿Loco no? Jeje. Todo se acompaña
con pan o se empaniza. El pan tiene una consistencia elástica a la que te
acostumbras después de tres semanas, jojoojo. Y si quieres la versión light de una
comida, los rumanos la tienen: empanizado y acompañado de pan, con tu buena
ensalada bañada en aceite, tu sopa con sus buenos ojos de aceite flotando en el
caldo y un postre (probablemente hecho a base de pan) con 100% azúcar y si
tienes suerte, un componente frutal. Con todo y mi aceitosa y ajienta
descripción, entérense de que el sabor de la comida es entre regular y
buenoide. Los amantes del queso podrían experimentar bastante aquí, tienen una
gran gama de productos lácteos: la leche, la crema, la crema ácida, un queso
que es algo entre queso y yogurth pero que sabe a crema agria, un queso que
parece philadelphia pero que es ácido como polvito de esos de “limón” que
venden en sobrecitos. Y los crotones aquí tienden a ser redondos; la primera
vez que los comí pensaba que serían garbanzos y su panosa y hueca consistencia
resultó repulsiva a mi mexicano e indefenso paladar. También he torcido los
ojos y la boca con más de una sorpresa “avinagrada”. Este fin de semana en
Hungría, a donde fui con Paty (el Merligo) tuvimos experiencias culinarias
bastante interesantes, pero de eso trataremos en la próxima entrega.
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Comida rumana y la Fanta del
mundo paralelo |
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Mi amiga Ana y el
papanas
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Lo mejor
que he probado aquí son unas semillas de girasol tostadas y sazonadas…
¡Pedacito salado de cielo! Y también el glorioso “papanas” (se lee papanash),
que es algo parecido a una donita de las nieves fiesta en su versión gigante,
con un poquito de sabor a churro de iglesia. Viene frita y se baña con una
crema (que sabe a yogurth natural, pero tiene consistencia de crema espesísima)
y mermelada de moras, o bien, de Nutela derretida y helado de vainilla. Es como
el bienestar hecho postre: sientes que las mariposas y las hadas aletean
contentas en tu boca y una oleada de alegría te invade desde la boca hasta el
estómago. El papanas es la felicidad hecha gordura, jojojo. ¡Oh! Ahora que lo
recuerdo, también tienen aquí una ensalada de berenjenas (que más bien parece
puré y es verde, cero apetecible a la vista), que es berenjena a las brazas,
picada hasta que casi se muele, preparada con ajo, sal y creo que jitomate. ¡Chulada
de maíz prieto! Qué rica sabe. Hay quienes dicen que la comida de un pueblo es
el reflejo de su alma, de su espíritu. O como dijo Eren “la cultura también se
come”. Pues bueno, estas pobres personas hacen lo que pueden con lo poco que
tienen. Deberían de haber visto las caras de extrañeza que pusieron mis
compañeras cuando les enseñé fotos del tamarindo, de los nopales y las pitayas,
de la jícama y el chayote. Hay tantas cosas que nunca han visto en sus vidas,
que me da tristeza. Y respecto a lo que nosotros no tenemos: aquí hay muchos
tipos de moras, unos que yo no conocía, hay jugo y yogurt de cereza, que son
riquísimos, y tienen refresco de uva con gas, como si se tratara de un universo
paralelo (o.O)
Con respecto a las últimas décadas
de la historia, aquí en Timoșoara hay posiciones encontradas: hay quienes piensan
que se vivía mejor en el comunismo, pues todos tenían un empleo y una paga,
aunque no hubiera mucho que comprar. Te daban credenciales y solo podías
comprar comida para el número de personas de tu familia, según el tamaño de
ración que el gobierno decretada. Podías pasar horas en la fila y a final de
cuentas no conseguir plátanos, porque los alimentos se acababan pronto. Ni qué
decir de los chocolates, eran todo un lujo. La libertad de expresión era nula,
había que cuidarse mucho de lo que decías y en frente de quién lo decías,
incluso con familiares y amigos, cualquiera podía ser un espía. Sin embargo, la
escasez de bienes de consumo permitió a muchos comprar las casas en las que
ahora viven y afirman que con la democracia sería impensable, jamás podrían
haber juntado el dinero. Muchas familias y personas fueron despojadas de sus
bienes e inmuebles durante el comunismo y ahora les están siendo regresados a
los herederos, que no tienen dinero para las reformar las casas y hacerlas
habitables de nuevo. Cuando eran comunistas, no todos podían estudiar
licenciaturas, pero todos tenían asegurado un puesto de obrero y una especie de
carrera técnica. Producían mucho y tenían poco, poquísimo. También les cortaban
la luz o el agua, como medida de austeridad. ¿Y si producían tanto, a dónde se
iba todo lo que producían? Y el asunto de conseguir un pasaporte era
complicadísimo, de modo que el poblador promedio no podía salir del país. ¿Y
por qué no querían que salieran?
También están los que dicen que los
espacios públicos estaban mejor preservados durante el comunismo. En los
pequeños pueblos la gente estaba obligada a trabajar para conservarlos y ahora
con la democracia, la gente y el sistema se han olvidado de ellos. Se ha
terminado el turismo en los pequeños pueblos. Yo me pregunto ¿A dónde va ahora
la gente de vacaciones y por qué? Tal vez fuera de Rumania. Y si no tienen
carreteras, a todos lados haces horas y horas de camino y los trenes están que
no te decides entre llorar y vomitar, es razonable que prefieras pasar una
semana en Italia, que tres días en carro y tres días en las montañas rumanas.
El centro de Timoșoara es testigo
de la historia y de ese “descuido democrático” del que se habla. Están los que fueran
palacios cuando el imperio austro-húngaro: la pintura descarapelada, las
cornisas despostilladas, las estatuillas sin rostro, arrancado ya por el viento
y los años. En algunos muros se observan aún los agujeros de los disparos
lanzados durante la revolución. Al lado de los palacios, a manera de insulto
hecho concreto, están los edificios grandes, grises y fríos, moles silentes,
escurriendo chorretes de cochambre, indiferentes, anacrónicos... Me imagino
cuando llegó el comunismo y los construyeron. Veo a la ciudad detenerse en el
tiempo, para ser gris, sin emoción, pero eso sí, con mucho trabajo duro y
honrado. Debió ser impactante, salir de las casitas sacadas de un dibujo de
primaria, para pasar a las casas versión caja de zapatos, sin nada que las distinga
unas de otras, sin derecho al color. Parecido a la sensación de asfixia y
tristeza que proporciona estar en una oficina gris y silente, pero prolongando
esa sensación de día y de noche, durante décadas…
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Antiguos palacios y edificios
“comunistas” conviviendo en la Piața Victoriei (también se pueden observar unos
flacos y flacas, jajaja)
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Hay muchas cosas que me intrigan
sobre Rumania: Aquí todas las mujeres son delgadas o muy delgadas. Yo me
pregunto ¿a dónde se va toda la grasa que se comen? Porque por todos lados hay
flacas comiendo pan, nieve, carne y papas, muchas papas. ¿Vomitarán después de
cada comida? Tendría que darme a la tarea de espiar a alguna. ¿O hacen mucho
ejercicio? Pues yo no veo mucha gente corriendo o haciendo deporte, hay
ciclistas, pero no parece ser el transporte habitual de la gente. Podría ser
que caminen mucho, porque además hay muy buenos chamorros por estos lares. No
sé. Estar rodeada de cuerpos alargados, como si un hilo invisible saliera de
sus cabezas y los jalara todo el tiempo hacia arriba –sean altas o no-, de
caderas estrechas y espaldas triangulares, de pechos naturales pequeños o
grandes y falsos, me hace sentir extraña. Mis caderas no mienten: soy latina y
estoy llena de redondeces que desentonan con la estilizada silueta europea.
Otro asunto llamativo es el color
de la piel de los rumanos: aquí casi todos son blancos. Los morenos son por lo
general gitanos, y no son muy queridos, como les había dicho, aunque aún no
descubro por qué. Los tonos de pieles van de “muerto fresco” a “rosado casual”,
pasando por “a penas y me corre sangre por las venas” y “parezco güero de
rancho”, aunque claro, hay también el modelo de cama de bronceado o de
“Acapulco en la azotea”. Los cabellos oscilan entre castaños y rubios. Los
ojos son claros u oscuros, habiendo considerablemente más ojos claros aquí que
en México. Cuando salgo a caminar por la calle observo los brazos y las piernas
que andan en vaivén por las calles, como mapas didácticos del sistema sanguíneo
humano, sujetando bolsas de la compra o carriolas, veo los pescuezos paliduchos
que sostienen cabezas igual de pálidas, si acaso ruborizadas por el maquillaje
o la lozanía de la juventud y pienso “Dios mío, qué palidez la de todos aquí”.
Miro mi reflejo en algún aparador y me sorprendo al darme cuenta de que soy
igual de pálida y nunca me había dado cuenta. Claro que sé que soy pálida y me
han apodado Gasparín y toda la cosa, pero nunca me sentí realmente distinta al
moreno mexicano promedio. Supongo que el color de la piel se puede llevar
también en la mente como parte de nuestra identidad nacional.
Y bueno, hasta aquí llegaremos con
esta entrega, pequeños lectores. Dejaremos para la próxima la experiencia de la
versión rumana de una “carne asada”, el catálogo de modelos de niños, jóvenes y
adultos de Rumania, más datos sobre la historia y la cultura, descripciones de
otros edificios y lugares emocionantes, además del paso por Budapest, ¡Más lo
que se vaya juntando y lo que pidan los lectores! “Multumesc” a los que
llegaron hasta esta última línea. Envíen sus comentarios y lo que les gustaría
saber.
Besos avinagrados y aceitosos.
Ceau!