Rumania parece un pez, jeje. Un
pez que colinda con Hungría, Moldavia, el mar negro, Bulgaria y Serbia.
Es muy complicado poner toda la
historia de Rumania en un solo párrafo, digo, porque no quiero aburrirlos, jojo.
Les puedo adelantar que es una región que ha sido dominada por “alguien más” la
mayor parte del tiempo, ya sean los romanos, búlgaros, húngaros, otomanos,
serbios, alemanes, austriacos, o más recientemente, por el comunismo. Sin
embargo, es un pueblo que ha luchado
fieramente para defender su territorio. Pero de la historia hablaremos en otra
ocasión.
Yo vivo en Timoșoara (se
pronuncia “Timishoara”), que es la segunda ciudad más grande el país. Aquí fue
donde comenzó la revolución de 1989, un movimiento muy peculiar, cuya duración
fue de tan solo unos días y que liberaría al país del régimen comunista bajo el
cual se encontraba desde 1945. Pero de eso también hablaremos a detalle
después, jejeje.
Para llegar aquí, primero volé al
DF, donde la amabilidad de los empleados del aeropuerto me sorprendió
gratamente. Esperé ahí varias horas, durante las cuales sufrí algunos
incidentes gracias a mi ya bien conocida distracción, como el hecho de que fui
la primera en llegar a la puerta de abordaje, para darme cuenta, horas después,
de que una fila de cien personas ya se había formado cuatro puertas más
adelante… :l En fin, después de hacer cola me subí a un avión giganorme que
voló toda la noche hasta Frankfurt, Alemania. Tuve que correr como la loca que
soy, ajaja, con la maletita de la laptop abrazada y mi mochila de campamento
con Goofy Loofy bien amarrado, para poder subirme a un avión de mediano tamaño.
La verdad es que lo hice para ponerme a tono con el sachet europeo, jojojo. Y lo logré: el camino a Múnich lo pasé
aguantando la respiración para no intoxicarme con mi propio aroma. Desde
Frankfurt la gente comenzaba a cambiar: los cuerpos largos y pálidos, las
cabezas cubiertas de amarillo, los ojos verdes o azules, las facciones y el andar
muy diferentes, más estirados, a la europea…
En la sala de espera de Múnich,
después de darme una acicalada para erradicar mi fuerte aroma, me vi de pronto
rodeada por un puñado de adolescentes ingleses vestidos con colores llamativos.
También había familias con bebés, luciendo estilizadas prendas, y alguno que
otro anciano bastante old fashion. Es
muy curioso que la mejor moda venga de Europa, el continente donde las papas
son el mejor complemento para un platillo y los baguetes se aderezan con aire y se rellenan de jamón o queso, o de
ambos, en el más venturoso de los casos. Tal vez compensan su apatía culinaria
con sus extravagantes modas y peinados, jojojo. Después de las reflexiones,
abordé, junto con personas altas, blancas y algo malolientes, un “avión salchicha”
dentro del cual muchos pasajeros se tuvieron que agachar un poco para caminar.
Déjenme contarles que desde los cielos es bastante visible esa manía de los
alemanes por el orden de la que tanto habló Moroko: las parcelas tienen formas
casi perfectas, están cerca de parecer cuadernos de cuadrículas verdes.
Para el momento en que comenzamos
a volar sobre la tierra de Drácula, ya había vivido tres vuelos y veintitrés
horas desde mi partida de México. No sabía si estar emocionada o nomás cansada.
¿Quién me iba a recoger? Y ¿cómo sabría que me llevaba a la dirección correcta?
Aprendí unas frasecitas en rumano, pero ¿cómo coños iba a entender si me
contestaban? Estas dudas asaltaron mi hispanoparlante cabecilla que sobrevolaba
ya, el otro lado del mundo.
“So
big luggage for so little girl” dijo mi taxista. Y no solo sería eso. Aquí todo me
queda alto: las bancas para esperar el camión, las sillas del comedor en Flex,
el escritorio de la oficina, el tocador del cuarto de hotel, las tazas del
baño, las sillas y las mesas en la librería, las bancas de los parques… Todo
parece estar hecho para altas personas, pero cosa curiosa, si bien la mayoría
de la gente es alta (o altoide, diría yo), si hay personas chaparras (o bueno,
no altas) en esta ciudad, así que o los chaparros son discriminados, o hay algo
mal con la distribución de mi cuerpo, que no encaja con el ambiente, ajajajaja.
En fin…
Mi hotel resultó no ser lo que
esperábamos ni el que nos habían dicho. Estamos tratando de arreglar eso, sobre
todo después del incidente de la botella de agua abierta y a medio tomar, que
encontré en el minimar al llegar a mi habitación (tal vez se trate de un bonito
gesto de bienvenida que no puedo entender, jojojo), el incidente de la “bola de
cabello” que encontré en mi alfombra (que espero no sea algún embrujo vampiro),
y del desafortunado deshielo de minibar, además del extraño olor y la atmósfera
enrarecida de los pasillos del hotel. Así que yo vivo con el equipaje aún
hecho, con la esperanza de una vivienda mejor :)
Resultó medianamente difícil
dormir la primera noche. A pesar de estar muy cansada, mi cuerpo sabía que allá,
a miles de kilómetros de distancia, eran las tres de la tarde. Mi primer día de
trabajo estuvo bien, aunque debo admitir que el ochenta por ciento de mi
energía la use para no quedarme dormida, ajajajaja. Conocí al que será mi jefe
aquí. Su nombre es Octavian. Si, tiene nombre como de vampiro, pero no, no se
parece ni a Brad Pitt ni a Tom Cruise… ¡Maldito Hollywood! :P Conocí a dos de
las que serán mis compañeras y una persona de seguridad me llevó a conocer
algunas partes de la planta. Compartí algunos dulces con las muchachas, comí
comida del comedor de Flex, que para mi fortuna está buenoide :) (que bien que nuestro comedor no ha buscado expandir su reinado de
terror hacia Europa del este, ajajajajaja). Lo malo es que nuestras oficinas
están justo al lado del comedor. Al cruzar la puerta de entrada se puede
percibir un aroma a ajo frito con sudor y mugre concentrados. Es algo difícil respirar
los primeros diez segundos, pero eventualmente los sentidos se acostumbran,
jejeje, bendita adaptabilidad del ser humano :)
Mi primera exploración de
reconocimiento por la ciudad fue un tanto infructuosa, porque para no variar,
tuve a bien perderme :P Así que anduve caminando una y otra vez por las mismas
calles, tratando de encontrar el camino hacia el centro. Aquí hay muchos
parques medianos, pequeños y grandes. Ha un río que se llama Bega, que era
flaco y cuando la ciudad estaba bajo el dominio alemán, muchos siglos atrás, lo
engordaron para usarlo como vía de comercio. Hoy en día hay ahí un taxi acuático,
lanchas de pedales como las del parque Alcalde, y burbujas para que
experimentes lo que sentiría tu hámster si lo pones en su bolita a correr por
la tina del lavadero. Es un río bonito y cruza la ciudad. Está muy limpio y no
tiene un mal aroma.
Cuando por fin, después de dos
intentos fallidos, pude llegar al centro, me quedé con la boca abierta con lo
que ví: edificios enormes e imponentes, que fueran palacios en la época del
imperio austro-húngaro, rodeando una plaza llena de jardines con coloridas flores
y arbolillos de formas curiosas; al centro, una fuente cristalina; muchas
terrazas para beber y comer helados alrededor de los jardines; en la cabecera,
un teatro estatal, y al fondo, una impresionante catedral. Aquí la mayoría de
las personas pertenecen a la religión ortodoxa, pero tienen iglesias católicas,
sinagogas y una que otra mezquita. Nadie parece odiar a nadie por su religión –o
al menos eso es lo que sé, hasta ahora-.
En el centro, y por la ciudad en
general, se aprecian varios tipos de construcción: los grandes y majestuosos
edificios que acabo de mencionar, algunos muy cuidados y algunos más casi en
ruinas; un pequeñito castillo que data de la edad media, que ahora es un museo;
edificios insípidos –más bien deprimentes- que corresponden a las viviendas
construidas durante el régimen comunista; y muchas casitas como sacadas de un
dibujo de primaria (pero en versión bonita, como la mansión de playmobil,
ajajaja). Pero al parecer hay algo sombrío en esas casas: los gitanos... o.O Pero sobre esto, también hablaremos después. :P
La gente es en general bastante bella
por acá, la mayoría son de piel pálida y son delgados. Las mujeres son más
guapas que los hombres, qué lástima, jojojo. Los jóvenes visten muy a la moda,
con colores fosforecentes y estilizadas prendas; lucen libres y tienen un aire
como de desfile de modas, “desenfadado, pero chic”. Las personas de más de treinta son otra historia. Hay algo
más interesante en sus rostros. Sus miradas son distintas. Los ancianos parecen
conservar en sus expresiones un lejano sufrimiento. Son todo un fenómeno digno
de estudiarse, lo haremos en otra ocasión. Los adultos vienen en varios
modelos: el adulto “contemporáneo occidental”, el “siendo padre de un
preescolar a los cuarenta”, el “padre de familia a los treinta”, el “adulto
pasado de moda” y otros. Son igual de curiosos, y los estudiaremos después.
Bueno, creo que he rayado el exceso
con esta primera entrega. Gracias a los que leyeron hasta llegar aquí :)
Estén al pendiente de la
publicación de las fotos en
mi facebook y envíen sus comentarios sobre lo que han
leído y sobre lo que les gustaría que les contara.
¡la revedere! O sea, adiós.
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