"Me gusta la gente con ese átomo de locura que hace que la existencia no sea monótona, aunque sean personas desgraciadas y estén siempre en las nubes, como tú... Personas que, según mi familia, son calamidades indeseables" Nada. Carmen Laforet

agosto 26, 2012

El comienzo de la efímera cotidianeidad

Cuando despiertas esperando ver el patio de tu casa, porque te sientes como en casa, y te encuentras de cara a un cielo gris y rumano. 
Cuando escuchas ruidos fuera de tu habitación del noveno piso de un hotel y piensas que debe ser alguien que va pasando por la calle, que son los niños que salen de la primaria, que tal vez es tu tía Lolita, o Carlitos el de la tienda.
Cuando al asomarte a la puerta esperas caminar hacia el centro por la calle de 8 de julio, encontrar el puesto de pollos, con su aroma peculiar, y en su lugar encuentras el Bulevardul Revolutiei y un negocio de comida turca cruzando la calle.
Cuando piensas en ir a las 8:00pm al cine y comer palomitas con catsup y mayonesa y nachos con queso plástico y muchos jalapeños, pero en vez de eso encontrarás palomitas secas y totopos con una salsa picante que se debería avergonzar de llamarse así...

Sabes que la transformación ha comenzado. El hogar es fuero interno. 
Se siente hogar por dentro, todo es cuestión de hacer un ajuste de expectativas geográficas :)

Notas sobre la realidad: Hemos rebasado la barrera del primer mes. De aquí para delante todo será una estrella fugaz. La salida de aquel sombrío cuarto de hotel ha ayudado mucho.  En este nuevo hay luz y una increíble vista de la ciudad.

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agosto 24, 2012

Timoșoara: comida, historia y flacuras


 Bună ziua, queridos lectores

 Me faltó decir que Rumania también colinda con Ucrania. Aquí en Europa los países son tantos y tan chiquitos que es fácil, para nosotros los mexicanos tan acostumbrados a las tierras bastas y extendidas –por no decir que soy geográficamente ignorante, jeje-, cometer errores de este tipo.

 Primero, porque algunos lo pidieron, les voy a contar sobre las andanzas del paladar raquidio por las tierras rumanas. La cocina rumana se podría resumir en unas cuantas palabras: carne, papas, pan, ajo, vinagre y aceite. La globalización ha querido abarcar también el ámbito culinario y ha puesto al alcance del mundo casi todos los alimentos, pero lo cierto es que el sabor no es el mismo. Las sorpresas han sido varias, por ejemplo, están los betabeles curtidos en vinagre, los pepinos en vinagre, los pimientos al vinagre y los chiles en vinagre. Ustedes podrán decir que esas cosas también las tenemos en Guadalajara o en México y yo les digo PUES NO. Aquí el vinagre es más avinagrado, los pepinos son hasta de otra forma, los pimientos están medios desabridos y los chiles, nomás pican y no saben a nada. Eso sí, las papas son más sabrosas y se cocinan de muchos modos: en puré, fritas, guisaditas con tocino y cebolla, con paprika, con quesito, cocidas, al horno… Podrían volver a decir que en Guadalajara también las tenemos, PUES NO. Estas personas sí que son ingeniosas a la hora de cocinar sus papas. En la parte aceitosa de la comida rumana encontramos que todas las ensaladas vienen remojadas en una generosa mezcolanza de vinagre con aceite, todas las carnes están prácticamente fritas, el arroz reluce de aceitoso, lo mismo que los quesos, salchichas, salchichones y jamones. Las salsas en los restaurantes son de ajo con ajo y algún ingrediente más, supongo que para darle color a las salsas, porque el sabor del ajo no se suaviza fácilmente. El camarada Marco estaría muy contento aquí en la tierra del ajo, ajajajaja. En cuanto al pan, tienen uno que sabe casi a birote fleiman. ¿Loco no? Jeje. Todo se acompaña con pan o se empaniza. El pan tiene una consistencia elástica a la que te acostumbras después de tres semanas, jojoojo. Y si quieres la versión light de una comida, los rumanos la tienen: empanizado y acompañado de pan, con tu buena ensalada bañada en aceite, tu sopa con sus buenos ojos de aceite flotando en el caldo y un postre (probablemente hecho a base de pan) con 100% azúcar y si tienes suerte, un componente frutal. Con todo y mi aceitosa y ajienta descripción, entérense de que el sabor de la comida es entre regular y buenoide. Los amantes del queso podrían experimentar bastante aquí, tienen una gran gama de productos lácteos: la leche, la crema, la crema ácida, un queso que es algo entre queso y yogurth pero que sabe a crema agria, un queso que parece philadelphia pero que es ácido como polvito de esos de “limón” que venden en sobrecitos. Y los crotones aquí tienden a ser redondos; la primera vez que los comí pensaba que serían garbanzos y su panosa y hueca consistencia resultó repulsiva a mi mexicano e indefenso paladar. También he torcido los ojos y la boca con más de una sorpresa “avinagrada”. Este fin de semana en Hungría, a donde fui con Paty (el Merligo) tuvimos experiencias culinarias bastante interesantes, pero de eso trataremos en la próxima entrega. 
Comida rumana y la Fanta del mundo paralelo

Mi amiga Ana y el papanas                                                                           

Lo mejor que he probado aquí son unas semillas de girasol tostadas y sazonadas… ¡Pedacito salado de cielo! Y también el glorioso “papanas” (se lee papanash), que es algo parecido a una donita de las nieves fiesta en su versión gigante, con un poquito de sabor a churro de iglesia. Viene frita y se baña con una crema (que sabe a yogurth natural, pero tiene consistencia de crema espesísima) y mermelada de moras, o bien, de Nutela derretida y helado de vainilla. Es como el bienestar hecho postre: sientes que las mariposas y las hadas aletean contentas en tu boca y una oleada de alegría te invade desde la boca hasta el estómago. El papanas es la felicidad hecha gordura, jojojo. ¡Oh! Ahora que lo recuerdo, también tienen aquí una ensalada de berenjenas (que más bien parece puré y es verde, cero apetecible a la vista), que es berenjena a las brazas, picada hasta que casi se muele, preparada con ajo, sal y creo que jitomate. ¡Chulada de maíz prieto! Qué rica sabe. Hay quienes dicen que la comida de un pueblo es el reflejo de su alma, de su espíritu. O como dijo Eren “la cultura también se come”. Pues bueno, estas pobres personas hacen lo que pueden con lo poco que tienen. Deberían de haber visto las caras de extrañeza que pusieron mis compañeras cuando les enseñé fotos del tamarindo, de los nopales y las pitayas, de la jícama y el chayote. Hay tantas cosas que nunca han visto en sus vidas, que me da tristeza. Y respecto a lo que nosotros no tenemos: aquí hay muchos tipos de moras, unos que yo no conocía, hay jugo y yogurt de cereza, que son riquísimos, y tienen refresco de uva con gas, como si se tratara de un universo paralelo (o.O)

                                                           
  Con respecto a las últimas décadas de la historia, aquí en Timoșoara hay posiciones encontradas: hay quienes piensan que se vivía mejor en el comunismo, pues todos tenían un empleo y una paga, aunque no hubiera mucho que comprar. Te daban credenciales y solo podías comprar comida para el número de personas de tu familia, según el tamaño de ración que el gobierno decretada. Podías pasar horas en la fila y a final de cuentas no conseguir plátanos, porque los alimentos se acababan pronto. Ni qué decir de los chocolates, eran todo un lujo. La libertad de expresión era nula, había que cuidarse mucho de lo que decías y en frente de quién lo decías, incluso con familiares y amigos, cualquiera podía ser un espía. Sin embargo, la escasez de bienes de consumo permitió a muchos comprar las casas en las que ahora viven y afirman que con la democracia sería impensable, jamás podrían haber juntado el dinero. Muchas familias y personas fueron despojadas de sus bienes e inmuebles durante el comunismo y ahora les están siendo regresados a los herederos, que no tienen dinero para las reformar las casas y hacerlas habitables de nuevo. Cuando eran comunistas, no todos podían estudiar licenciaturas, pero todos tenían asegurado un puesto de obrero y una especie de carrera técnica. Producían mucho y tenían poco, poquísimo. También les cortaban la luz o el agua, como medida de austeridad. ¿Y si producían tanto, a dónde se iba todo lo que producían? Y el asunto de conseguir un pasaporte era complicadísimo, de modo que el poblador promedio no podía salir del país. ¿Y por qué no querían que salieran?

También están los que dicen que los espacios públicos estaban mejor preservados durante el comunismo. En los pequeños pueblos la gente estaba obligada a trabajar para conservarlos y ahora con la democracia, la gente y el sistema se han olvidado de ellos. Se ha terminado el turismo en los pequeños pueblos. Yo me pregunto ¿A dónde va ahora la gente de vacaciones y por qué? Tal vez fuera de Rumania. Y si no tienen carreteras, a todos lados haces horas y horas de camino y los trenes están que no te decides entre llorar y vomitar, es razonable que prefieras pasar una semana en Italia, que tres días en carro y tres días en las montañas rumanas.

El centro de Timoșoara es testigo de la historia y de ese “descuido democrático” del que se habla. Están los que fueran palacios cuando el imperio austro-húngaro: la pintura descarapelada, las cornisas despostilladas, las estatuillas sin rostro, arrancado ya por el viento y los años. En algunos muros se observan aún los agujeros de los disparos lanzados durante la revolución. Al lado de los palacios, a manera de insulto hecho concreto, están los edificios grandes, grises y fríos, moles silentes, escurriendo chorretes de cochambre, indiferentes, anacrónicos... Me imagino cuando llegó el comunismo y los construyeron. Veo a la ciudad detenerse en el tiempo, para ser gris, sin emoción, pero eso sí, con mucho trabajo duro y honrado. Debió ser impactante, salir de las casitas sacadas de un dibujo de primaria, para pasar a las casas versión caja de zapatos, sin nada que las distinga unas de otras, sin derecho al color. Parecido a la sensación de asfixia y tristeza que proporciona estar en una oficina gris y silente, pero prolongando esa sensación de día y de noche, durante décadas…



Antiguos palacios y edificios “comunistas” conviviendo en la Piața Victoriei (también se pueden observar unos flacos y flacas, jajaja)
Hay muchas cosas que me intrigan sobre Rumania: Aquí todas las mujeres son delgadas o muy delgadas. Yo me pregunto ¿a dónde se va toda la grasa que se comen? Porque por todos lados hay flacas comiendo pan, nieve, carne y papas, muchas papas. ¿Vomitarán después de cada comida? Tendría que darme a la tarea de espiar a alguna. ¿O hacen mucho ejercicio? Pues yo no veo mucha gente corriendo o haciendo deporte, hay ciclistas, pero no parece ser el transporte habitual de la gente. Podría ser que caminen mucho, porque además hay muy buenos chamorros por estos lares. No sé. Estar rodeada de cuerpos alargados, como si un hilo invisible saliera de sus cabezas y los jalara todo el tiempo hacia arriba –sean altas o no-, de caderas estrechas y espaldas triangulares, de pechos naturales pequeños o grandes y falsos, me hace sentir extraña. Mis caderas no mienten: soy latina y estoy llena de redondeces que desentonan con la estilizada silueta europea.

Otro asunto llamativo es el color de la piel de los rumanos: aquí casi todos son blancos. Los morenos son por lo general gitanos, y no son muy queridos, como les había dicho, aunque aún no descubro por qué. Los tonos de pieles van de “muerto fresco” a “rosado casual”, pasando por “a penas y me corre sangre por las venas” y “parezco güero de rancho”, aunque claro, hay también el modelo de cama de bronceado o de “Acapulco en la azotea”. Los cabellos oscilan entre castaños y rubios. Los ojos son claros u oscuros, habiendo considerablemente más ojos claros aquí que en México. Cuando salgo a caminar por la calle observo los brazos y las piernas que andan en vaivén por las calles, como mapas didácticos del sistema sanguíneo humano, sujetando bolsas de la compra o carriolas, veo los pescuezos paliduchos que sostienen cabezas igual de pálidas, si acaso ruborizadas por el maquillaje o la lozanía de la juventud y pienso “Dios mío, qué palidez la de todos aquí”. Miro mi reflejo en algún aparador y me sorprendo al darme cuenta de que soy igual de pálida y nunca me había dado cuenta. Claro que sé que soy pálida y me han apodado Gasparín y toda la cosa, pero nunca me sentí realmente distinta al moreno mexicano promedio. Supongo que el color de la piel se puede llevar también en la mente como parte de nuestra identidad nacional.

Y bueno, hasta aquí llegaremos con esta entrega, pequeños lectores. Dejaremos para la próxima la experiencia de la versión rumana de una “carne asada”, el catálogo de modelos de niños, jóvenes y adultos de Rumania, más datos sobre la historia y la cultura, descripciones de otros edificios y lugares emocionantes, además del paso por Budapest, ¡Más lo que se vaya juntando y lo que pidan los lectores! “Multumesc” a los que llegaron hasta esta última línea. Envíen sus comentarios y lo que les gustaría saber.

Besos avinagrados y aceitosos.

Ceau!


agosto 12, 2012

Paradoja


Hay una inevitable realidad que ataca a todo aquel pájaro enjaulado que ansia la libertad de los cielos no surcados, esta es, extrañar el nido. Y he dicho el nido, no la jaula. Los barrotes no se extrañan, se extrañan las raíces que te formaron libre y ansioso del mundo. Es la absoluta paradoja del migrante.

El primer mes es el difícil. Cuando llega el momento en que tomas conciencia de que estás del otro lado del mundo y de que vas a seguir despertando en quién sabe dónde y que quién sabe qué te va a esperar cada día. Te dejas sorprender por las maravillas que la novedad ofrece a tus ojos ávidos de vida, pero regresas a la ausencia, a la soledad de un cuarto vacío e impersonal.

Hay que volver a echar raíces: deshacer las maletas, adueñarte de los lugares y las personas, hacer tuyos los colores nuevos, los exóticos paisajes, escoger tu rincón favorito donde sentarte a leer, dónde ir a tomar café, tu sabor y aroma preferidos,  reconocer los letreros de las calles, ubicar a los vecinos, comenzar a mirarlo todo con cierta familiaridad reconfortante… Para, al volver, recordar la curiosidad de los primeros días, la efímera familiaridad que tomó aquel extraño mundo de repente.

Con los meses, los lugares se nos cuelan en las entrañas y nos parten las raíces, que se esparcen por los sitios en que hemos habitado y las personas con quienes hemos convivido. Vamos siendo más del mundo y menos de nosotros mismos…Pero todo eso viene después. Añorar y sentirse solo lejos de casa es prácticamente inevitable en el primer mes. Hay que tener siempre a la vista lo que viene después. Hay que resistir y encontrarle el sabor a ese sufrimiento tan peculiar, reservado para los pocos que abandonan el nido, por gusto o porque la vida así lo dispone.

 Nadie dijo que iba a ser fácil.

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agosto 03, 2012

Rumania, el país pez


Rumania parece un pez, jeje. Un pez que colinda con Hungría, Moldavia, el mar negro, Bulgaria y Serbia.

 Es muy complicado poner toda la historia de Rumania en un solo párrafo, digo, porque no quiero aburrirlos, jojo. Les puedo adelantar que es una región que ha sido dominada por “alguien más” la mayor parte del tiempo, ya sean los romanos, búlgaros, húngaros, otomanos, serbios, alemanes, austriacos, o más recientemente, por el comunismo. Sin embargo, es un pueblo que  ha luchado fieramente para defender su territorio. Pero de la historia hablaremos en otra ocasión.

 Yo vivo en Timoșoara (se pronuncia “Timishoara”), que es la segunda ciudad más grande el país. Aquí fue donde comenzó la revolución de 1989, un movimiento muy peculiar, cuya duración fue de tan solo unos días y que liberaría al país del régimen comunista bajo el cual se encontraba desde 1945. Pero de eso también hablaremos a detalle después, jejeje. 

 Para llegar aquí, primero volé al DF, donde la amabilidad de los empleados del aeropuerto me sorprendió gratamente. Esperé ahí varias horas, durante las cuales sufrí algunos incidentes gracias a mi ya bien conocida distracción, como el hecho de que fui la primera en llegar a la puerta de abordaje, para darme cuenta, horas después, de que una fila de cien personas ya se había formado cuatro puertas más adelante… :l En fin, después de hacer cola me subí a un avión giganorme que voló toda la noche hasta Frankfurt, Alemania. Tuve que correr como la loca que soy, ajaja, con la maletita de la laptop abrazada y mi mochila de campamento con Goofy Loofy bien amarrado, para poder subirme a un avión de mediano tamaño. La verdad es que lo hice para ponerme a tono con el sachet europeo, jojojo. Y lo logré: el camino a Múnich lo pasé aguantando la respiración para no intoxicarme con mi propio aroma. Desde Frankfurt la gente comenzaba a cambiar: los cuerpos largos y pálidos, las cabezas cubiertas de amarillo, los ojos verdes o azules, las facciones y el andar muy diferentes, más estirados, a la europea

 En la sala de espera de Múnich, después de darme una acicalada para erradicar mi fuerte aroma, me vi de pronto rodeada por un puñado de adolescentes ingleses vestidos con colores llamativos. También había familias con bebés, luciendo estilizadas prendas, y alguno que otro anciano bastante old fashion. Es muy curioso que la mejor moda venga de Europa, el continente donde las papas son el mejor complemento para un platillo y los baguetes se aderezan con aire y se rellenan de jamón o queso, o de ambos, en el más venturoso de los casos. Tal vez compensan su apatía culinaria con sus extravagantes modas y peinados, jojojo. Después de las reflexiones, abordé, junto con personas altas, blancas y algo malolientes, un “avión salchicha” dentro del cual muchos pasajeros se tuvieron que agachar un poco para caminar. Déjenme contarles que desde los cielos es bastante visible esa manía de los alemanes por el orden de la que tanto habló Moroko: las parcelas tienen formas casi perfectas, están cerca de parecer cuadernos de cuadrículas verdes.

 Para el momento en que comenzamos a volar sobre la tierra de Drácula, ya había vivido tres vuelos y veintitrés horas desde mi partida de México. No sabía si estar emocionada o nomás cansada. ¿Quién me iba a recoger? Y ¿cómo sabría que me llevaba a la dirección correcta? Aprendí unas frasecitas en rumano, pero ¿cómo coños iba a entender si me contestaban? Estas dudas asaltaron mi hispanoparlante cabecilla que sobrevolaba ya, el otro lado del mundo. 

 “So big luggage for so little girl” dijo mi taxista. Y no solo sería eso. Aquí todo me queda alto: las bancas para esperar el camión, las sillas del comedor en Flex, el escritorio de la oficina, el tocador del cuarto de hotel, las tazas del baño, las sillas y las mesas en la librería, las bancas de los parques… Todo parece estar hecho para altas personas, pero cosa curiosa, si bien la mayoría de la gente es alta (o altoide, diría yo), si hay personas chaparras (o bueno, no altas) en esta ciudad, así que o los chaparros son discriminados, o hay algo mal con la distribución de mi cuerpo, que no encaja con el ambiente, ajajajaja. En fin…

 Mi hotel resultó no ser lo que esperábamos ni el que nos habían dicho. Estamos tratando de arreglar eso, sobre todo después del incidente de la botella de agua abierta y a medio tomar, que encontré en el minimar al llegar a mi habitación (tal vez se trate de un bonito gesto de bienvenida que no puedo entender, jojojo), el incidente de la “bola de cabello” que encontré en mi alfombra (que espero no sea algún embrujo vampiro), y del desafortunado deshielo de minibar, además del extraño olor y la atmósfera enrarecida de los pasillos del hotel. Así que yo vivo con el equipaje aún hecho, con la esperanza de una vivienda mejor :)

 Resultó medianamente difícil dormir la primera noche. A pesar de estar muy cansada, mi cuerpo sabía que allá, a miles de kilómetros de distancia, eran las tres de la tarde. Mi primer día de trabajo estuvo bien, aunque debo admitir que el ochenta por ciento de mi energía la use para no quedarme dormida, ajajajaja. Conocí al que será mi jefe aquí. Su nombre es Octavian. Si, tiene nombre como de vampiro, pero no, no se parece ni a Brad Pitt ni a Tom Cruise… ¡Maldito Hollywood! :P Conocí a dos de las que serán mis compañeras y una persona de seguridad me llevó a conocer algunas partes de la planta. Compartí algunos dulces con las muchachas, comí comida del comedor de Flex, que para mi fortuna está buenoide :) (que bien que nuestro comedor no ha buscado expandir su reinado de terror hacia Europa del este, ajajajajaja). Lo malo es que nuestras oficinas están justo al lado del comedor. Al cruzar la puerta de entrada se puede percibir un aroma a ajo frito con sudor y mugre concentrados. Es algo difícil respirar los primeros diez segundos, pero eventualmente los sentidos se acostumbran, jejeje, bendita adaptabilidad del ser humano :)

 Mi primera exploración de reconocimiento por la ciudad fue un tanto infructuosa, porque para no variar, tuve a bien perderme :P Así que anduve caminando una y otra vez por las mismas calles, tratando de encontrar el camino hacia el centro. Aquí hay muchos parques medianos, pequeños y grandes. Ha un río que se llama Bega, que era flaco y cuando la ciudad estaba bajo el dominio alemán, muchos siglos atrás, lo engordaron para usarlo como vía de comercio. Hoy en día hay ahí un taxi acuático, lanchas de pedales como las del parque Alcalde, y burbujas para que experimentes lo que sentiría tu hámster si lo pones en su bolita a correr por la tina del lavadero. Es un río bonito y cruza la ciudad. Está muy limpio y no tiene un mal aroma.

 Cuando por fin, después de dos intentos fallidos, pude llegar al centro, me quedé con la boca abierta con lo que ví: edificios enormes e imponentes, que fueran palacios en la época del imperio austro-húngaro, rodeando una plaza llena de jardines con coloridas flores y arbolillos de formas curiosas; al centro, una fuente cristalina; muchas terrazas para beber y comer helados alrededor de los jardines; en la cabecera, un teatro estatal, y al fondo, una impresionante catedral. Aquí la mayoría de las personas pertenecen a la religión ortodoxa, pero tienen iglesias católicas, sinagogas y una que otra mezquita. Nadie parece odiar a nadie por su religión –o al menos eso es lo que sé, hasta ahora-. 


 En el centro, y por la ciudad en general, se aprecian varios tipos de construcción: los grandes y majestuosos edificios que acabo de mencionar, algunos muy cuidados y algunos más casi en ruinas; un pequeñito castillo que data de la edad media, que ahora es un museo; edificios insípidos –más bien deprimentes- que corresponden a las viviendas construidas durante el régimen comunista; y muchas casitas como sacadas de un dibujo de primaria (pero en versión bonita, como la mansión de playmobil, ajajaja). Pero al parecer hay algo sombrío en esas casas: los gitanos... o.O Pero sobre esto, también hablaremos después. :P

 La gente es en general bastante bella por acá, la mayoría son de piel pálida y son delgados. Las mujeres son más guapas que los hombres, qué lástima, jojojo. Los jóvenes visten muy a la moda, con colores fosforecentes y estilizadas prendas; lucen libres y tienen un aire como de desfile de modas, “desenfadado, pero chic”. Las personas de más de treinta son otra historia. Hay algo más interesante en sus rostros. Sus miradas son distintas. Los ancianos parecen conservar en sus expresiones un lejano sufrimiento. Son todo un fenómeno digno de estudiarse, lo haremos en otra ocasión. Los adultos vienen en varios modelos: el adulto “contemporáneo occidental”, el “siendo padre de un preescolar a los cuarenta”, el “padre de familia a los treinta”, el “adulto pasado de moda” y otros. Son igual de curiosos, y los estudiaremos después.

 Bueno, creo que he rayado el exceso con esta primera entrega. Gracias a los que leyeron hasta llegar aquí :)
Estén al pendiente de la publicación de las fotos en mi  facebook y envíen sus comentarios sobre lo que han leído y sobre lo que les gustaría que les contara.  

¡la revedere! O sea, adiós.